Los árboles de Pritchartt Park
viven el último otoño del milenio.
Sobre sus descoloridas ruinas
se pasean alegres las ardillas
y trepan las semidesnudas ramas
bajo la mirada altiva de los cuervos.
Las hojas planean en el helado viento
como doradas monedas
antes de caer muertas
al pavimento
En el cielo oscurecido
todavía centellean
los fuegos artificiales
encendidos en honor al héroe
que quiso quemar el parlamento;
y los británicos se disponen a guardar silencio
por los caídos en la segunda guerra.
Entretanto saco cuentas
de la diferencia horaria,
concluyendo que a esta hora,
vienes regresando de la escuela
bajo el sol azul de la primavera,
pateando una lata vacía de cocacola
que algún adulto del pueblo
lanzó al camino.