Amaneció lloviendo en Santiago. Poca cosa, pero suficiente como para poner término a un verano inusualmente largo. Escuché caer las primeras gotas en la madrugada y me arrellané entre las sábanas, como si mi cuerpo empezara a reconocer gozosamente la humedad que se avecinaba Recordé un poema de Migue Arteche , poeta venido de las lluvias de Imperial, donde mi padre vivió parte de su adolescencia y juventud:
A medianoche desperté. Toda la casa navegaba. Era la lluvia con la lluvia de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
Me vi despierto a medianoche (…) |
Caminando hacia el Metro de Plaza Egaña , veo las calles y veredas mojadas y cubiertas de hojas desteñidas. Huelo el olor que emerge de la tierra recién humedecida y el inconfundible aroma de los Jacarandá que abundan en esta ciudad. El cielo azul se abre paso entre las nubes e ilumina los cerros cordilleranos , donde brillan los techos de las casas de los ricos que miran desde las alturas la ciudad recién llovida. Yo voy contento, como si las escasas gotas me aliviaran de una sequía. Veo todo en colores, excepto los abrigos y bufandas grises de los santiaguinos. Me acuerdo de Curanilahue. Allá podía llover una semana entera y nada malo nos pasaba, aparte de mojarnos y de andar enterrados en el barro hasta fines de agosto. No había prenda de vestir ni zapato que no pudiera secarse debajo de una cocina a leña o a carbón de piedra. Mi madre aparecía por nuestro dormitorio gigante, a media noche, premunida de trapos y tiestos de porcelana que cantaban mientras recibían las goteras que se filtraban por la tejas rotas o por las rendijas de las cornisas . A veces el viento empujaba con furia las ventanas y trataba de llevarse la casa de maderas quejumbrosas por el aire , con esos niños adentro, apretujados en sus camas, ateridos de frio y susto. No faltaban las ocasiones en que al bajarnos de la cama, por la mañana, había agua en el piso porque los tiestos se habían desbordado durante la noche. Cuando ya era un adulto , varias veces subí al techo de la casa para intentar fijar las planchas de zinc que el viento se llevaba, arrastrando una sonajera de latas en medio de la oscuridad. El viento me lanzó varias veces, supongo que por eso nunca reparé el techo y la lluvia volvía meterse a la casa apenas el siguiente invierno se iniciaba.
La lluvia me ha sido siempre afín. Cuando estaba en el internado de Concepción y se desataba el invierno, solía ir a un lugar abandonado en el patio donde la lluvia se escurría por unas canaletas de latas, trayéndome su música , una especie de “banda sonora” de mi niñez. Podía pasar horas allí, fumándome unos lucky sin filtro, con las manos en los bolsillos, la solapa del chaquetón levantada, las orejas heladas , el pelo desordenado por el viento y tibiamente estremecido, mientras mis compañeros estaban en clases luchando por obtener el primer lugar del curso. Para que todo hubiese sido perfecto, sólo me faltaban un puñado de piñones o castañas, recién hervidas, en las carteras. Bendita lluvia; fue mi musa inspiradora para la poesía y algunas canciones . Caía a borbotones la noche en que nació Paulo y yo no podía entender por qué un tipo insignificante era capaz de engendrar una vida . Volví a la casa después de verlo amoratado y envuelto en sus primeros pañales mientras el agua venía de los cerros , arrastrando piedras y barro. Diez años después nació Camilo, y otra vez llovía a cántaros en medio de la noche. Me fui a esperarlo nacer caminando bajo el torrente. Me detuve un instante en el puente de la máquina , al lado del hospital, para tratar de adivinar a qué hora el río se desbordaría y correría calle abajo , metiéndose a las cocinas y dormitorios de las casas más pobres, como siempre. Así es que las gotas de anoche me sacaron del tedio y me re-conectaron, me obligaron a meterme hacia adentro, donde –por suerte- todavía estoy, y a dar señales de vida .
¿Qué ha sido de su vida, profesor? Me preguntan algunas personas que escriben gentiles correos a mi blog . Les respondo que vivo en Santiago desde el año 2001. No sé bien por qué me vine; no era mi proyecto dejar Curanilahue , pero tampoco lo rechacé; algo me decía que había que hacer las maletas y partir, aunque no tenía claro hacia dónde : digamos , entonces, que fue el destino. Ya no hago clases ni estoy en la dirección de establecimientos. Desde hace siete años trabajo en el área de educación e innovación de la Fundación Chile. Allí soy consultor en gestión escolar y asesoro liceos y escuela a las que la Fundación Chile apoya con asistencia técnica . Son establecimientos que buscan mejorar sus procesos y sus resultados , principalmente liceos técnico-profesionales , que se ubican en zonas alejadas, por lo que viajo permanentemente, junto a otros consultores. Para que vean los caprichos del destino, esos lugares han sido, hasta ahora, pueblos y ciudades del desierto de Atacama, donde el sol puede freír huevos en el pavimento y nunca llueve. Es un trabajo muy bueno y bonito con el que cualquier educador estaría feliz de coronar su carrera profesional . También hago asesorías de manera directa, que nada tienen que ver con la Fundación Chile, ya que estoy reconocido por el Ministerio de Educación como asistencia técnica. Me gusta mucho mi trabajo y lo disfruto. Mantengo mi pasión por leer y escuchar música; de vez en cuando tomo la guitarra para hacer algunos acordes , pero luego la dejo por ahí. Sigo creyendo que estoy de paso en este lugar y que volveré a mi tierra apenas pueda, aunque me doy cuenta de que es difícil, pues mis hijos ya se vinieron a Santiago. Este verano fui a Curanilahue, estuve allí unos días y los disfruté mucho; visité el golfo de Arauco, punta lavapié y alrededores, donde sueño instalarme alguna vez ; recorrí algunos bosques cercanos a Curanilahue, donde todavía quedaban copihues y escuché caer la lluvia que se hizo presente en pleno verano, como es habitual allá. Fue una experiencia agradable, que me acercó y reavivó mi amor por Curanilahue..
He sabido que ahora mismo está lloviendo allá . A modo de despedida les dejo este poema escrito en los 80, posiblemente alguna de esas veces en que debí subir al techo de mi casa como un navegante que intenta sujetar los tiestos de su embarcación en medio de una tormenta.
CABALGATA
Otra vez llueve en el Sur;
Todo lo moja el incesante
Galope del invierno
Que se extiende sobre acequias
Tiestos arrumbados
Y el lomo de la caballada
En la pradera
…llueve. Y en la tormenta
De tus muslos me sumerjo
Para que nos caiga el húmedo
Relámpago diseminado del amor
Y las goteras espesas sólo sean
Cascos desbocados
Invadiendo el Sur