ORQUESTA JUVENIL DE CURANILAHUE («la verdadera historia» )


caonxa9bcaxdq90jcallvbiscao1pj94ca6mo3hxca0jl55bcayg2pcvca4y3ym3ca9rj5mjcai470u9cazqwh1icayemjw2caixh83lca8taiarcaoxecayca2tzh50ca7emeklcaenpvv5.jpg            Han pasado más de 10 años desde que la Orquesta Juvenil de Curanilahue se convirtió en un símbolo de innovación y emblema de movilidad social para el país.  En esos diez años se han escrito cientos de artículos y algunas  tesis de jóvenes profesionales dispuestos a explicar por qué ocurrió lo que ocurrió y por qué nuestro querido Curanilahue sigue batallando de pie a pesar de su evidente indefensión. “Posiblemente esto tiene que ver con la orquesta”, hipotetizan algunos, y se lanzan a escribir un nuevo artículo tratando de explicar lo inexplicable. En esos artículos hay algunas afirmaciones que  no se corresponden  con  la realidad . Y como el color de la realidad  es del color del vidrio con que se le mira, les invito a conocer esta historia desde mi experiencia y recuerdos.
 Algunas confesiones de entrada: yo no soy el creador de la orquesta, como se afirma en algunos artículos ; el gran formador y artífice de la primera orquesta   es Américo Giusti.  El formó una orquesta a partir de la nada y se animó allí donde otros  se hubieran desanimado.  Otra confesión : yo   fui quien le habló de este tema a Américo, avivando la chispa que ya venía ardiendo en sus sueños: crear orquestas de niños, con el agregado  especial que ahora se trataba de niños pobres.  Una   confesión más  : ni Américo ni yo tendríamos hoy el reconocimiento que tenemos por este proyecto si no fuera por los niños (hoy jóvenes) que se pusieron a disposición del proyecto con paciencia, perseverancia y fe ;  por las familias que creyeron en nuestras promesas , por las personas que coordinaron las acciones del proyecto, por las que hicieron el trabajo más humilde y nunca salieron en las fotos, por las autoridades que se jugaron porfiadamente por apoyar una quimera, allí donde las urgencias y la lógica indican otra cosa, por las personas que nos ayudaron a obtener los recursos financieros y por las que aportaron esos  recursos . También por los detractores y los pájaros de mal agüero, ellos perdieron , pero en el fragor de la batalla nos incentivaron a mejorar las estrategias y a estar más vigilantes. 
  
ORDENANDO LOS HECHOS

A comienzos de los 90, mi amigo, el cura claretiano  Pepe Valenzuela nos hizo una invitación para asistir a una exposición de pinturas en una sala de artes en Santiago. Exponían los alumnos de un liceo artístico de Antofagasta y su profesor, el pintor Waldo Valenzuela, padre de Pepe. A la exposición fui con Raquel y nuestra amiga Mayling, que ya estaba de vuelta en Santiago y se encargó de guiarnos a la sala. La exposición fue precedida de una muestra musical de alumnos de ese mismo liceo que tocaron  unas piezas barrocas . Al oírlos y mirarlos sentí que se me erizaba la piel; sentí la belleza de ese acto y de inmediato asocié esa imagen a  la de nuestros alumnos en Curanilahue. La vida era injusta, ellos jamás podrían acceder a este tipo de belleza; era tanta la pobreza, la lejanía.  Regresamos esa misma noche, y en el largo viaje no  pude dormir, entonces soñé que los alumnos del liceo de Curanilahue, con su uniforme  limpio y ordenado, tocaban música clásica.
 Un par de años después accedí a la Dirección del Liceo donde había sido profesor por casi 14 años y del que me había retirado para iniciar un trabajo como coordinador de un centro de capacitación y educación popular de la parroquia de Curanilahue, el CADEP.   Había sido  un paso difícil de dar, por lo incierto de aquella aventura,  pero el liceo me tenía desilusionado por el ambiente poco estimulante;  su directora  gobernaba con un estilo clasista y se parapetaba detrás de las autoridades de la época, negándose a cualquier innovación  .   Pero ahora yo regresaba al liceo convertido en su Director y dispuesto a cobrar venganza por los sinsabores de la pobreza local, por la fealdad del lugar, por la falta de oportunidades de nuestros niños y jóvenes. Fui recibido en el liceo como sigue siendo recibido aquel que sale de las mismas filas y del mismo lugar : con indiferencia y cierta desconfianza ( “pero si éste es de los nuestros, qué va a saber…”)  Nadie es profeta en su tierra y yo no lo fui, al menos al comienzo.
   
LA ORQUESTA DE LA U. DE CONCEPCION SE PRESENTA EN CURANILAHUE El profesor y escritor Andrés Gallardo era el director de extensión de la universidad de Concepción . Le pedí una entrevista y fui a verlo. Esa universidad había sido mi casa de estudios y él pertenecía al departamento de español, donde yo me había formado. Nos conocíamos por un mutuo interés en la literatura. Un par de años antes , cuando trabajaba en el CADEP,  y hacíamos jornadas literarias para difundir la literatura local y regional, lo había invitado , junto a Floridor Pérez, Mauricio Ostria y a otros escritores para que recorrieran escuelas , liceo, centros comunitarios y la plaza del pueblo, leyendo cuentos, poesías y hablando de  Neruda y Mistral. Más tarde los llevamos a conocer los pirquenes. El recordaba vivamente aquella oportunidad en que conocieron de cerca  los peligrosos piques en que se ganaba la vida un importante número de mineros  de Curanilahue.  Ahora yo estaba en su amplia oficina, contándole que había asumido la dirección del Liceo y quería convertirlo  en un verdadero centro cultural. Quería saber si podía ayudarme. Me dijo que contaban con teatro, folclor, orquesta y otras actividades más. Me recomendó el folclore, pero le pedí la orquesta.  Unos días después llegó el bus de la universidad con su orquesta sinfónica. Conseguimos el templo católico para la presentación y la radio Nahuelbuta para transmitir  en vivo la presentación. Puede decirse que los asistentes no colmaron el lugar, pero casi lo llenaron. Al final de la presentación, cuando la orquesta interpretó la marcha de Radetzky, invitándonos a llevar el ritmo con las palmas y los pies,  en muchas casas del cerro , en el paradero de taxis y en locales comerciales no faltó quien se las arregló para aumentar el volumen de las radios y escuchar  mejor esa música que, después de todo, no era tan aburrida. . Entonces  recordé  a los niños de Antofagasta tocando música clásica.
     

EL MAESTRO AMERICO GIUSTI

Terminada la presentación los músicos fueron invitados a los salones del CADEP para compartir un jugo, café y sándwich. Para entonces ya contaba con un pequeño grupo de profesores que me ayudaron a conseguir  los recursos y a preparar todo, ahora ellos servían las mesas donde los músicos comentaban satisfechos la reacción del público . Algunos profesores me llamaban a compartir el centro de la mesa, junto a al director de la orquesta y al director de extensión cultural, «le corresponde, jefe», decían, pero yo estaba nervioso porque no sabía si nos alcanzarían los sándwich. Alguien me avisó que faltaban unos músicos. Los esperé y tuve tiempo de agregar una mesa más , la mesa «del pellejo». En esa mesa me senté y quise compartir con los músicos. Fue difícil, eran tres y hablaban entre sí. Habían llegado conversando y seguían haciéndolo, sin ningún interés por compartir con su anfitrión que a esa hora, y vaya uno a saber por qué, estaba empeñado en que los niños de Curanilahue aprendieran a tocar instrumentos clásicos. Tres o cuatro veces pregunté por asuntos técnicos: “ ¿Cuánto tiempo demora un niño en aprender a tocar violín? ¿Cuántas clases debe tener en la semana? ¿Cuánto dura una clase? ¿Cuánto cuesta una clase? ¿Cuánto cuesta un violín? ¿En cuánto tiempo pueden estar tocando una pieza clásica?» Algunas preguntas eran respondidas a la rápida, luego volvían a enfrascarse en su conversación; hasta que por fin, cansado de las preguntas o por curiosidad, uno de ellos me preguntó por qué hacía esas preguntas. Le dije que era el director del liceo y que estaba interesado en que los niños más pobres de Curanilahue tuvieran la oportunidad de aprender a tocar música clásica. Que me los imaginaba tocando, que me imaginaba que crecían sensibles, cultos…Entonces dejó de conversar con sus amigos, se presentó como Américo Giusti y me presentó a sus amigos: Javier Santamaría y Humberto Aguila, los dos profesores que posteriormente iniciaron el proyecto con él.  Yo sabía quién era Américo Giusti, pero no lo conocía personalmente . Había leído en el diario El Sur sobre su trabajo con la orquesta juvenil de cámara que había formado en Concepción ,  aunque se trataba de jóvenes con otra clase de recursos económicos y culturales. Aquí viene otra confesión: ni Américo llegó a Curanilahue buscando apoyo para formar una orquesta de niños, como dicen algunas versiones, ni yo era el profesor iluminado que creía que con una orquesta cambiaríamos  el destino del pueblo , como dicen otras : no había un proyecto. En mi caso , había un solo  deseo, a fuego: quiero que los niños de Curanilahue, ojalá los más pobres, aprendan a tocar música clásica para que , a través de ella, accedan a la belleza. En el caso de Américo  podía haber uno como éste: “quiero llenar Chile de orquestas juveniles; se puede hacer, ya lo hizo el maestro Jorge Peña Henn, de quien soy admirador y discípulo. Ya lo hizo en La Serena antes de ser fusilado por la caravana de la muerte”.
Volvamos a la mesa del pellejo: el profesor Giusti me escuchó, se entusiasmó y me dijo que se podía formar una orquesta. Luego del entusiasmo, en el que sus amigos no participaron mucho, la conversación se fue enfriando junto con las tazas de café que ninguno tocó. Se necesitaba plata, los niños debían viajar a Concepción, aunque algunas veces podrían viajar los profesores a Curanilahue, pero  ¿cómo se sostendría posteriormente?  No, era imposible. Le dije que la plata saldría de proyectos culturales, que yo sabía hacer proyectos y sabía dónde presentarlos. Me dijo que no creía en esos fondos concursables, que todo estaba arreglado, que los “pitutos”, etc.  . Le dije que no, que yo había ganado un par de proyectos FONDART y no tenía ningún conocido en el sistema. Le dije que la empresa privada, que la ley de donaciones y todo lo que debía decir e inventar para volverlo al estado de entusiasmo que había tenido unos minutos atrás. Me dijo que si seguía interesado en el tema y conseguía recursos, fuera a verlo a su casa, en Concepción. Las palabras de despedida se iniciaron en el salón . Agradecí a la orquesta por aquella verdadera fiesta de  música y después me quedé para ayudar a mis colegas a ordenar el local que nos habían prestado. mientras barrían, ellos empezaban a presentir que el liceo no sería el mismo

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NACE EL PROYECTO



A la semana siguiente viajé a Concepción y encontré la casa de Américo con la ayuda de mi hermano, quien me insistía que Américo era hermano de un compañero suyo en la escuela normal de Victoria: «no puede ser coincidencia, tocaba todos los instrumentos. Le decíamos el loco Giusti». Américo le daba clases de violín a  un pequeño alumno y cada cierto tiempo me dictaba el tipo de instrumento y la cantidad que necesitaríamos para iniciar el proyecto. Yo miraba al niño y anotaba en el formato del proyecto : diez violines de un cuarto, 10 de medio, 10 de tres cuartos ¿qué sería aquello de «cuartos»? ¿Qué diferencia había entre una viola  y un violín?
Nueva confesión: yo no era profesor de música, no tenía idea de instrumentos de ese tipo ni acostumbraba a escuchar música clásica, salvo la sinfonía Nº 6, la Pastoral, de Beethoven  (¿para qué más?), que casi había memorizado de tanto escucharla en aquel viejo tocadiscos en la casa de mis padres cuando estaba terminando mi adolescencia. No sé cómo ni por qué estaba allí ese único disco raro, un long play distinto a los otros en cuyas carátulas sonreían  Raphael de España, Sandro, The Beatles , The Shadow, Fórmula V, Los Iracundos … Muchas veces escuché ese disco  a escondidas de mis amigos y hermanos por temor a ser considerado un bicho raro. La melodía era tan hermosa y al mismo tiempo inquietante. Me llevaba de paseo, no sé adónde, pero me llevaba. En cuanto a mis clases de música, sólo tengo el recuerdo siguiente: en cada clase la profesora  pedía que dos alumnos altos  dibujaran pautas o pentagramas en el pizarrón. Para ello nos entregaba una lienza o cordel de lanilla que impregnábamos en la tiza molida. Nos instalábamos uno a cada lado del pizarrón, estirábamos la lienza al máximo y la apegábamos a la pizarra. La profesora miraba desde el centro de la sala para ver si  la lienza estaba derecha y luego se acercaba al pizarrón, taconeando, para tomarla desde su centro, con sus uñas pintadas de rojo, flectarla hacia atrás y luego soltarla, con fuerza. La lienza golpeaba la superficie , una nubecilla de cal se levantaba y como por arte de magia quedaba la primera línea blanca del pentagrama dibujada sobre el fondo negro del pizarrón. El ejercicio se repetía después hasta la línea número seis, a cargo, eso sí, de dos alumnos más chicos; que no se diga que aquella profesora no daba participación a sus alumnos. Ese chasquido de la lienza  golpeando el pizarrón fue mi mayor aprendizaje en la clase de música. lo demás vino por casualidad; una armónica en mi niñez, concursos de cantos con mis hermanos, en esa especie de festival antes de dormirnos o de levantarnos, metidos de a dos y de a tres en las camas: «¿quién canta mejor?», se llamaba; una Navidad mi padre apareció con una guitarra acústica en la casa, pero nadie sabía cómo afinarla ni cómo enseñarnos; pasamos de rasguear una escoba a esa guitarra «Novoton». De ahí a la guitarra eléctrica, al bajo y a una banda musical en el pueblo sólo hubo un par de años. Otra cosa hubiera sido con un piano en mi casa, con un violín, con verdaderos profesores que nos enseñaran , ¿por qué no? Pero ahora los niños de Curanilahue podrían tener todo aquello y llegar más lejos, de eso se trataba. De modo que -volviendo al tema- , aún no teníamos recursos, pero había hablado con el Alcalde y un par de concejales. ¿Apoyaría la Municipalidad un proyecto de esta envergadura, aportando alrededor de trecientos mil pesos mensuales, por un año, cómo mínimo?  De ninguna manera.  Le escribí  al Alcalde, con quien tenía muy buenas relaciones, pero dudando de su apoyo, pues la sola idea era un lujo en medio de tantas carencias. La carta fue leída en el Consejo y rechazada. El Alcalde me invitó a exponer  el proyecto ante el Consejo.  No fue fácil  acordar  el apoyo. Les expliqué que se trataba de un proyecto, que  el estado aportaría varios millones a través  dell FONDART , pero necesitábamos hacer aportes locales, en este caso para honorarios de los profesores de música que vendrían de la Orquesta de Concepción por un año, al menos.  “¿Y qué pasará después del primer año?”, preguntó uno de ellos. “Entonces se hará cargo la empresa privada” , respondí. Después de un silencio cargado de dudas, otro preguntó “¿Y si la empresa privada no lo financia?”. En el peor de los casos podremos vender los instrumentos y recuperar el dinero, le dije. Se miraron, discutieron, dudaron y, al final, estuvieron de acuerdo. Ese momento fue histórico, pues nos permitió terminar de elaborar el proyecto y llevarlo al concurso de aquel año. Nos dieron los aportes y Américo  hizo los contactos para comprar unos instrumentos chinos, de baja calidad, que serían  mejorados por Humberto Aguila , profesor de Viola y luthier. Esos instrumentos demoraron meses en llegar a manos de los niños. Mientras tanto las clases consistían en familiarizarlos con los instrumentos y sus sonidos. Cada profesor traía sus violines, violas y cellos para aportarlos  a la causa. Los niños realizaban ejercicios con un lápiz para ir adiestrando los dedos. Cuando llegaron los instrumentos  hicimos una acto formal, una especie de rito en la que cada niño recibía el suyo y se comprometía, junto a su familia, a cuidarlo. Américo comenzó a revelarse como un hábil estratega: me sugirió que la entrega estuviera a cargo del Alcalde y los concejales. Los siguientes días fueron de tortura para todos, para los que enseñaban, para los que aprendían, para los que acompañaban a sus hijos a clases,  especialmente para las personas que trabajaban en el CADEP, en cuyas salas parecía que unos niños traviesos habían capturado un grupo de gatos y los estaban sometiendo a salvajes  torturas; podría decirse que ése fue el debut de la orquesta.  Para mí ya eran dulces melodías.(CONTINUARA…)