«Si Cristo no nace en ti, nunca será Navidad». Las palabras de aquel sacerdote al que seguíamos por bosques y quebradas para oírlo hablar de este mundo y del otro siguen apareciendo en mi memoria cada vez que se vuelven a encender las luces de la fiesta navideña. Aparecen , también, aquellas luciérnagas que iluminaban el callejón oscuro del Hogar Campesino por donde habría de venir el viejo pascuero a dejar un regalo para mis hijos pequeños que lo esperaban con sus caritas pegadas al vidrio de aquella ventana que daba al callejón. Ellos deben recordar aquella mentira como yo recuerdo aquel rastro de lucecitas amarillas deshaciéndose a media altura por entre las cercas de madera. De alguna manera, cada Navidad abre las memorias: la del olfato, con aquella explosión de olores ocres que deja el papel de regalo precipitadamente roto; la del gusto, con su sabor a pasas y frutas confitadas; la de de la nostalgia, con los rostros de las personas que alguna vez estuvieron en torno del árbol navideño , y otra vez la del olfato, con aquel olor perfumado de resinas desprendiéndose permanentemente de las ramas del pino pascual para regresar al bosque de donde había sido arrancado con un golpe de hacha.
Quiero saludar a todas las personas que estuvieron leyendo estas páginas, personas amigas , conocidas, parientes y desconocidos que por esos caminos raros terminaron conversando conmigo, a la distancia, o «escuchando» estas historias de sobremesa . Algunos , desde países lejanos; otros, de más cerca, pero igualmente lejos. A cada una de estas personas les envío mi saludo y mi deseo de una feliz Navidad junto a quienes aman o junto a los recuerdos que más aman. Para todos y todas un fraternal deseo de Navidad.
«FELISA, ME MUERO»
Hasta que murió mi madre, teníamos la costumbre de reunirnos en la casa paterna para esperar el año nuevo. Allí nos juntábamos hermanos, cuñados, sobrinas y sobrinos. Los primeros años, nuestros pequeños hijos se encargaban de poner el llanto en el momento del discurso del dueño de casa o reclamar el pecho materno justo cuando había que dar los abrazos. El primer día del año, cuando queríamos dormir un poco más, empezaban los cambios de pañales , la primera papa del día y la crema para las picadas de zancudos. Pero los niños crecen, tanto que algunos años después hacían desaparecer como por arte de magia los aperitivos y nuestros cigarrillos. Al día siguiente no había quién pudiera sacarlos de la cama antes del almuerzo. Yo le decía a mis hijos, cada víspera de año nuevo, que iríamos a la casa de sus abuelos ; seguramente querían pasar esa fiesta en compañía de sus amigos o simplemente les molestaba que se dispusiera de ellos , pero más de alguna vez se opusieron a ser sujetos de una tradición que no entendían y que no compartían. Contaban con la complicidad de su madre , que hubiese preferido quedarse en casa o hacer algo distinto a lo que venía ocurriendo desde que se casó. Puesto entre la espada y la pared, yo apelaba a mi último recurso: «ustedes saben lo enfermo que está su abuelo, tienen cáncer. Quizá ya no lo veamos el próximo año». Allí terminaba la discusión, las caras largas asumían que las cosas seguirían igual. Hacían sus mochilas y tomábamos el bus. Ahora mis hijos y mi esposa suelen reírse de mí por esa abierta manipulación y porque mi padre sigue vivo; de paso me cobran la falta de democracia, porque no les preguntaba si querían ir. Llegábamos en patota a la casa de mis padres, Las Margaritas 106. En medio de la algarabía del año nuevo, mi madre hacía sonar la campana en el patio de aquel huerto, algún chusco disparaba al aire unos escopetazos , los más jóvenes reventaban unos fuegos artificiales que palidecían de envidia ante la tronadura de los fuegos que lanzaban nuestros vecinos. «La abuelita va a recitar los versos del año nuevo», decía alguno, francamente enfiestado, y nos hacía callar para que mi abuela iniciara aquellas largas rimas que hablaban de una discusión entre el año nuevo y el año viejo ; el año que se iba era un viejo de bigotes de cola de zorro que había matado a tres presidentes. En los últimos años era una suerte que la pobre vieja le apuntara a los versos del año nuevo y no saliera con algunas décimas sobre el dieciocho de septiembre, perdida ,como andaba , en los vericuetos de la memoria o inducida al error por algún sobrino chistoso . «Feliz año nuevo», me dijo uno de mis hermanos, pero con tantos brindis en el cuerpo le salió una especie de «fisyanomuevo«. Mientras nos reíamos de aquello, otro de mis hermanos contó una historia: es la noche de año nuevo, se escuchan algunas celebraciones en la calle. Un pobre viejo enfermo se incorpora a duras penas en su lecho y grita con su su último aliento : «Felisa, me muero». Desde la cocina, su fiel esposa , Felisa, le reponde con voz tierna : «Para tí también, viejo, un feliz año nuevo«. Desde ese año, dábamos los abrazos como en el cuento: «Felisa, me muero».
Ya no celebro el año nuevo con tanta gente. Ahora esperamos el año nuevo en casa, con nuestros hijos y mis suegros. Es una rutina familiar y grata. Después de los abrazos, no hay mucho más que hacer. Mis hijos se aburren un poco y yo necesito irme a dormir. Supongo que si seguimos por este camino llegará un día en que tendrán hijos y esos hijos llorarán a la hora de los abrazos; sus jóvenes padres querrán que se callen para que no molesten y yo diré que no molestan para nada, que cómo se les ocurre; los niños crecerán y alegarán con sus padres para que los liberen de esa maldita tradición de ir a la casa de los abuelos a pasar el año nuevo. Todo es un ciclo permanente. Todo pareciera estar escrito, y sin embargo no renuncio a la ilusión de que algo nuevo pudiera escribirse. En medio de las campanadas, escopetazos de la memoria, descorchamiento de la champaña televisiva donde todos cantan nostálgicos aquella cumbia de «…un año más que se va…» , en medio de todo eso, digo, todavía no renuncio a la ilusión de que tal vez la magia existe y que el próximo año vendrá lleno de cosas buenas.
Por ese instante mágico y deseándoles cosas buenas, les abrazo y les deseo un «felisamemuero».
Pancho
Una respuesta a “NAVIDAD”
Hola Pancho! Navegando con la nueva tecnología
He encontrado estas páginas, muy placenteras por cierto, quería solamente expresar la alegría que me produce; ver fotografías, leer tus historias, saber que todos están bién en general.
Saludos a Raquel. Mara