ME GUSTA SOÑAR


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Despierto temprano. No hay ruido en las habitaciones cercanas. Desde la carretera me llega el sonido  continuo de  neumáticos desplazándose hacia el interior del desierto. Aún no aclara del todo. Permanezco largo rato debajo de la ducha para quitarme una modorra que parece resaca. Cierro la puerta de la habitación y camino hacia el comedor para tomar desayuno. En el pasillo que conduce a los salones centrales del hotel hay algunos árboles  cuyas  flores acentúan sus colores en el  desértico  paisaje nortino. El contraste es mayor durante esta mañana nublada en la  que todo parece más opaco.  El árbol donde crecen los hibiscos es apenas de mi altura. Me detengo a mirar sus rosadas flores, abiertas generosamente frente a mis ojos. A la altura de mi nariz un colibrí aparece agitando su plumaje. Sube y baja, hurgueteando con su alargado pico el pistilo de las flores abiertas.   Su fascinante vuelo, de trazos cortos y vertiginosos giros  me cautiva. Detrás del árbol aparece otro colibrí, un poco más pequeño. Por cada instante que se sostienen en el aire,  hay un susurro levemente metálico, como un chasquido. El plumaje  verde-plomizo destaca sobre las flores rosadas. Los colibríes giran impensadamente y desaparecen de mi vista, como por encanto.  
Desayuno café con un poco de leche. Conecto el computador a Internet y busco las noticias del día. Poco a poco llegan otros pasajeros al comedor. Entre ellos, tres mujeres jóvenes que desde ayer están capacitando a un grupo de profesores en uno de los salones del hotel. Una de ellas , de voz ronca y marcado acento capitalino, habla fuerte.
 

-Les cuento que anoche tuve un sueño muy banal, pero muy banal. Incluso me da plancha contarlo, porque tiene que ver con compras y dinero. Qué lata, ¿ustedes creen que soy así?  ¿quién quiere interpretarme el sueño?

  Las mujeres que la acompañan hacen algunos comentarios que no escucho, pese a que están  en la mesa de al lado. De pronto se dan cuenta de mi presencia y se miran. Una de ellas me pregunta,  mientras revuelve su taza de té. 

-¿Usted qué cree?  –
-¿Cómo interpreta ese sueño?

-No sé interpretar los sueños, le digo,  -pero me gusta soñar.

-¿Y usted puede recordar sus sueños?, -pregunta la de la voz más ronca.
-A veces, digo-, cerrando el pequeño computador y preparándome para emprender la retirada.

-¿Se acuerda  qué soñó anoche, por ejemplo? – la voz ronca insiste.

-Creo que sí, -le digo

-¿Por qué no me cuenta su sueño y yo se lo interpreto?
-Me encanta interpretar los sueños de otras personas, en especial si son desconocidos.
Vuelvo a sentarme, me concentro y digo :

-Anoche tuve  varios sueños. Algunos tenían colores muy vivos; otros,  no . Entre los que no tenían colores recuerdo vagamente algunos . Este es el primero : estoy en el patio de mi casa de infancia ; hay unas  rústicas  habitaciones de madera, muy viejas. Mi padre y yo atendemos  a un joven que viene a visitarnos. En el sueño, mi padre tiene veinte años menos, lo mismo que el joven que nos visita; sólo yo tengo la edad actual. Mi padre le  muestra  la choza y alardea de ella  como si fuera una gran mansión. Dice  que allí realizamos asados y fiestas para los amigos, que es  un lugar para recrearse. Yo sólo veo las chozas viejas, pero le creo, incluso puedo imaginar las fiestas  sólo porque él lo está diciendo. No sé si el joven ve lo mismo. Tampoco sé si mi padre ve tales grandezas o las está inventando.  Es de día, pero hace  frío y está nublado. 
 
-Interesante-, dice la mujer de la voz ronca. Ha puesto su pierna derecha sobre la izquierda, balanceando el pie a ritmo regular y se ha inclinado hacia mi mesa, afirmando el codo derecho en su muslo. La palma de su mano le sostiene la barbilla.
 
-Otro de los sueños que recuerdo – le digo,  también en tonos grises, es el siguiente: estoy sentado, en el piso del baño de una casona  en cuyas habitaciones no hay nada ni nadie, excepto en el segundo piso, donde hay una cama vieja, cubierta de frazadas sucias, en la que duerme plácidamente un niño al que nadie conoce. La puerta del baño está abierta y yo estoy sentado en las frías baldosas ,  poniéndome los calcetines. En el pasillo hay una mujer haciendo del aseo. Está de rodillas sobre el piso , limpiando las maderas con un trapo húmedo. Sus movimientos, al deslizar el paño, llevan, por instantes,  su cabeza casi al nivel del suelo. Por eso nuestras miradas se han podido encontrar un par de veces.  La reconozco como una antigua alumna que tuve en el liceo. Sigue teniendo un rostro agradable, aunque se nota el paso de los años.

-Yo te conozco, le digo; -cuando eras mi alumna estabas enamorada de mi, ¿te acuerdas?.

–Sí- dice ella, yo lo amaba, pero usted jamás quiso tenerme.

–Bueno, le digo- ,  pero yo estaba  casado , tenía  treinta años y tú eras una adolescente…

–Me acuerdo, dice ,interrumpiéndome-, pero quiero dejar en claro que lo que no sucedió entonces tampoco sucederá ahora, pues  ya no soy una mujer. Hace algunos años me operaron y soy un hombre.
 
-¿Y todo eso es en blanco y negro? La voz de la mujer ya no tiene el marcado acento capitalino ni es tan ronca. Las otras mujeres han terminado su desayuno. Acodadas en la mesa,  escuchan sin disimulo. 
 
-El tercer sueño que recuerdo haber tenido anoche, es distinto, -digo, mientras giro un poco el tronco para que las otras puedan escuchar mejor. – Está lleno de colores de fantasía. Yo estoy en un  patio que  conozco desde niño. Mi edad es la que tengo actualmente . El patio está  inclinado y cubierto de pasto. Tiene algunos arbustos y muchos  árboles. Todo es de una belleza poética , de una luminosidad y  preciosismo  como en una película japonesa donde los floridos cerezos dejan caer sus  rosados pétalos sobre la hierba. En ese jardín sinfónico están mis hijos, cuando eran niños. Hay serenidad y belleza en el festivo ambiente ; hay movimiento y alegría. Desde el interior de una casa , que no alcanzo a ver , pero que supongo es nuestra casa,  salen dos gatos, grandes, robustos y multicolores. El primero de ellos viene caminando de frente hacia mí y lo escucho hablar.  Quedo sorprendido porque el gato habla, pero me sorprende aún más que hable con la naturalidad de una persona. Mis hijos varones  me indican que el gato habla desde que  mi hija le enseñó a hablar. Entonces, superando mi sorpresa, entro en el clima de luz  y le propongo a mi hija que le enseñe a hablar al otro gato  para que puedan conversar entre ellos. Mi hija,  que en el sueño no tiene más de 5 años, me dice que no es posible. “La gata pudo aprender porque es hembra”, me dice. Ahora la fiesta de colores se traslada a los árboles, donde un centenar de pájaros diversos y de colores de ensueño revolotea entre las  flores y  canta en múltiples tonos y tiempos distintos , como una inmensa  relojería en la que los relojes de pared , que esperan ser reparados, sueltan sus campanadas a la hora en la que fueron programados por sus propietarios. La nubecilla  de pájaros comienza a disiparse, dejando al descubierto a dos colibríes que se pasean por las flores, chupando el néctar.  Ahora sólo hay dos colibríes multicolores,  hipnotizándome con su vuelo; el resto del patio ha quedado en silencio y comienza poco a poco a desvanecerse. 
      
Copiapó, Hostal Maray, 29-marzo-2008


3 respuestas a “ME GUSTA SOÑAR”

  1. Nos introduces en una atmosfera de sueños, y el despertar me deja con incognitas y la sensación que esto continuará…
    ¿La mujer de la voz ronca, era operada tambien?. la introducción de las tres mujeres al cuento, le permiten a usted contarnos sus sueños, logra hacerme dudar si es real o fantasía.
    Gracias por sus cuentos, siga escribiendo y dando alegrías a sus seguidores

  2. Yo también quiero saber la interpretación de los sueños que hizo la mujer de la voz ronca, o ella era la misma que limpiaba el piso y se operó?

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