HOSPITAL VIEJO


casas_viejas_21.jpg «que sepa tejer, que sepa bordar, que sepa hacer las medias para un capitán»

Bajo el sol inclemente del mediodía, niñas y niños del kinder, vestidos como mariposas, danzan, se entrelazan y corren a abrazarse en parejas cada vez que el coro dice «con esta señorita me caso yo». El ARROZ CON LECHE es coreado por un centenar de niños de cursos mayores que parece haber cobrado nuevos aires después de cantar el himno nacional, el himno de la escuela y escuchar los discursos referidos a dos ancianos auxiliares que dejan la escuela tras medio siglo de escobas, escobillones, palas, vidrios rotos, campanadas y timbrazos. Gotas de sudor corren por la frente de las educadoras de párvulos que llevan la voz cantante de la ronda y marcan con un pandero el ritmo para que las mariposas no se pierdan. El sol no da tregua en el desierto de Atacama, el desierto más árido del mundo. Los alumnos parecen acostumbrados a estos actos a la intemperie ; sus profesores , cada vez más informados sobre el calentamiento global, se protegen con modernos lentes de sol. También está con lentes de sol la «chavita», una de las homenajeadas, en cuyo rostro curtido por el seco clima brilla una franca sonrisa agradecida. «Me voy-,me dirá más tarde, – pero igual voy a seguir viniendo a venderle productos AVON a las profesoras».

Ahora las enormes mariposas saludan al público. Detrás del grupo de alumnos de octavo, con las manos ocupadas en sostener las prendas de vestir de sus pequeños hijos, algunas madres aplauden con los ojos . Yo también aplaudo, pero ya no estoy en el soleado patio de la escuela Manuel Orella, sino en las húmedas salas de madera en que estaba el kinder al que mi madre me envió, acompañando a mi hermano mayor, para que no me quedara llorando en la casa cada vez que a él lo llevaban a la escuela.

El kinder estaba en unas dependencias que hasta el año anterior habían albergado al primer hospital de Curanilahue. Era el único kinder del pueblo. Recuerdo bien sus tablones de madera sin encerar y la profunda oscuridad de la sala. La educadora de párvulos, que entonces debía ser muy joven, se llamaba Sonia Bezama. A veces me preguntaba algo que yo no sabía o no me atrevía a responder. Entonces le decía , con una voz bajita, «yo no che, marito chave». Aún hoy hacemos juegos con esa frase entre mis hermanos cada vez que hay algo que debiéramos saber , pero no sabemos. Entonces pensamos en Mario, el mayor, y decimos «marito chave».

Muchos años después fui profesor jefe de un grupo de alumnos entre los que estaba Carlos Gabriel, al que casi todas las semanas suspendíamos por fumar en los baños . A Carlos Gabriel lo iba a justificar su madre, mi ex profesora en el kinder. Supongo que entonces yo no le hablaba bajito. También supongo que, envalentonado por esa falsa sabiduría que nos dan los títulos, le soltaba algún discurso sobre la importancia de inculcar en los hijos el respeto a las instituciones ( …ojalá que no haya sido así ¡ ) mientras la señora Sonia escuchaba con una sonrisa benevolente. Juro que si hoy día yo estuviera sentado frente a frente con ella , como en esas entrevistas, no perdería el tiempo en huevadas : tomaría sus manos, la miraría a los ojos y le preguntaría cómo era yo en esa vieja sala del hospital abandonado; qué hacía, cómo me relacionaba; le preguntaría por mi hermano, a qué jugábamos… La abrazaría y, al despedirme, le preguntaría, con voz bajita : «¿ se acuerda usted con quién me quería casar yo cuando jugábamos al arroz con leche en el hospital viejo?».

Mis hermanos menores también fueron a ese kinder del hospital viejo. Por la tarde mi madre me enviaba a buscarlos, porque era un trecho muy largo para que regresaran solos. Estaba ubicado en unas vegas al otro lado del río, cerca de las poblaciones de obreros del carbón , unos pabellones descoloridos , de madera , conocidos por todos como «los verdes», porque originalmente fueron pintados de ese color. Pasaba a buscar a mi amigo, Pato, que también tenía a su hermano en el kinder. El viejo hospital había sido emplazado en un pequeño montículo que rodeábamos arrastrándonos por el pasto sin que los pieles rojas pudieran ver nuestros sombreros ni los cañones plateados de los revólveres . Aburridos de matar indios , nos dedicábamos a intrusear por unos pasillos oscuros cuyo acceso estaba impedido a todos los niños del kinder. Allí había estado la morgue, decía la gente del pueblo, y aún se conservaban frascos con los fetos deformes de guaguas que los médicos habían preferido que no nacieran. Nuestros padres decían que unos niños de «los verdes» habían entrado y habían quebrado involuntariamente uno de esos frascos, desde donde salió un feto deforme que se deslizó debajo de los tablones podridos y encontró una cueva, sobrevivió allí y tenía ahora el tamaño de un niño de ocho años, pero no caminaba, sino que se arrastraba igual que una iguana. Tenía el pelo largo y unas uñas gigantes, pues nadie se lo había cortado nunca. En las noches de invierno lloraba como una guagua , pero sólo podían oírlo los pobladores de «los verdes». Se alimentaba de niños perdidos, por eso el Pato y yo nos metíamos en los pasillos con los revólveres plateados llenos de balas y esperábamos en silencio hasta que la señorita Sonia tocaba la campana para que los niños salieran de la sala ordenaditos y diciendo, a coro, «hasta mañana, señorita profesora».

Pasé una vez por allí, cuando era adulto. En lugar de las inmensas vegas y de los viejos pabellones mineros que solíamos visitar a la hora en que las generosas mujeres sacaban el pan de los hornos de barro , habían unas poblaciones de casas de cemento, con calles pavimentadas. Nada de aquello quedaba, salvo la escuela 38 , en la que habíamos proseguido nuestros estudios. En su patio unos niños jugaban a los vaqueros. No pude entender cómo estos niños sólo tenían que correr un par de metros para llegar a las tribus indias. Mis amigos y yo, en cambio, cruzábamos unas praderas interminables, sorteando pelotazos y unos envases metálicos de betún de zapato rellenos con tierra que las niñas lanzaban hacia atrás, por sobre sus cabezas, para iniciar el juego de la casineta. Las distancias eran enormes. Alcanzábamos las tribus casi al final del recreo, y después de una encarnizada lucha volvíamos transpirando a la sala , indios y vaqueros, compartiendo a sorbos una coca-cola comprada al «Coyo», el compañero de curso encargado de las ventas.

El sol del desierto más árido del mundo me está sofocando. Me levanto y camino hacia la sombra. Los niños vuelven a sus salas siguiendo las instrucciones que salen por los parlantes. Compraré una botella de agua mineral, sin gas, en el kiosko de la escuela y esperaré a que regrese el jefe de UTP para que sigamos revisando la estructura de los consejos técnicos.

Caldera, abril-2008


5 respuestas a “HOSPITAL VIEJO”

  1. Con tu relato, lograste que viajara 47 años en el tiempo a ese kinder del hospital viejo, sus tablones y la misma Profesora.
    Más lindo fue viajar al norte a ese árido patio donde revolotean las niñas mariposas, intentado estar quietas mientras se desarrolla el acto, les veo la cara curtidos a los homenajeados y con su caminar pausado le veo ir del kiosco a la UTP.
    Lindo su relato, espero ir a esos lugares pronto.

  2. Pancho… por unos instantes me trasladé a la escuela 38 actual Colico Sur, en esa escuela fui al kinder de oyente con la señorita Miriam, debo haber tenido unos 4 años, recuerdo el patio con unos postes redondos rústicos de color café claro sin barnizar, que formaban un pasillo y también vienen a mi memoria unas tablas de 10′ que estaban muy rojas…de la sala de kinder, debe haber sido madera chilena y no pino.
    Cuando nos vinimos a San Pedro la señorita Miriam me regaló un cuento grande de tapas gruesas y con muchos colores…..

  3. magico relato, lleno de fantasias y recuerdos infantiles….imagino a la tia Sonia contando detalles de tu niñez…imagine a esas niñas cantando a coro y danzando como mariposas… y por un instante me traslade a mi kinder y mis fantasias infantiles.
    Lindo relato….con mucha nostalgia…es increible lo que hacen las palabras bien armadas..

  4. Me encanto su relato profesor ,no conocí ese kinder pero si conozco muy bien a la protagonista de su historia …La Tía Sonia! , Ella es mi vecina y siento informarle a Ud que se encuentra muy delicada de salud en el Hospital Rafael Avaria de nuestro pueblo …Quizás le habría podido responder su pregunta ya que Ella solo recuerda el pasado …el presente se lo robo el alzheimer .Saludos y cariños para Ud profesor

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