Presentación de “De Cuando Mirábamos”


Ivette Malverde Disselkoen; Doctora en literatura, U. de Concepción-1988

 

Francisco Ruiz nació en Curanilahue, lugar donde aún reside. Es marido de Raquel Contreras, padre de Paulo, Daniela y Camilo; además es poeta, cantautor y profesor de Castellano. Hizo sus estudios universitarios en el Departamento de Español de la universidad de Concepción, al que regresó posteriormente como becario de Conycit. Actualmente trabaja en el liceo de Curanilahue. Su trabajo musical es difundido en varias radios de nuestra región. Algunos de sus poemas se publicaron anteriormente en las revistas Extremos, El Pizarrón, Pehuén , Andén, entre otras.

De cuando Mirábamos es su primer libro. Consta de 34 poemas y está estructurado en tres secciones: “Galope de invierno” (27 poemas), “La ciudad, luciérnaga multiplicada” (3 poemas) y “Cartas para Solina” (4 poemas). Como es ya casi tradicional en las publicaciones de Ediciones Sur, el libro incluye un epílogo de Mauricio Ostria: “Ojos de lluvia memoriosa”.

Antes de referirnos a los poemas queremos realzar brevemente la cuidadosa presentación del libro hecha por Ediciones Sur, destacando la calidad profesional del trabajo de Oscar Lermanda , el diseñador, y de Rodrigo Cociña, el artista responsable de la portada. Todo ello da como resultado un libro con buena tipografía, en buen papel, de tamaño adecuado y con una portada muy bella.

Desde la portada se hace perceptible uno de los aspectos fundamentales del poemario: la mirada oblicua. La obligada percepción al sesgo de la imagen de la portada es índice de la contemplación reflexiva de un hablante lírico cuyas imágenes verbales , precisamente por el hecho de ser lingüísticas, pueden dar cuenta de la copresencia de los diferentes planos que interactúan en un solo plano para constituir un ángulo , en este caso un punto de hablada, que no es recto, sino oblicuo. El título del poemario también apunta a este sentido. Deseamos poner atención en dos aspectos que nos parecen reveladores de lo que acabamos de señalar. En primer lugar la mirada reflexiva del hablante va dirigida en especial a las circunstancias temporales. En segundo lugar, los rasgos del hablante lírico son los de una voz que, siendo individual, asume la voz de su colectividad. Quien habla se sitúa básicamente como un Yo ampliado, como un Nosotros. El Hablante asume de manera natural esa función, nace del grupo y articula sus afectos y proyectos, por ello también expresa el desgarramiento de la comunidad como resultado de fuerzas ominosas que han comenzado a actuar sobre ella, introduciendo la desarmonía entre el hombre y la naturaleza (especialmente en la naturaleza autóctona). Si el sentimiento dominante de comunidad se advierte en las persistentes marcas lingüísticas que apuntan al Nosotros, la mención explícita de aquello Otro que acecha a la comunidad , en cambio, es soslayada, es apenas insinuada, es fuerza ominosa e inefable , que, aunque temible, se puede tratar de expulsar mediante el recurso de no mentarla explícitamente y también mediante el procedimiento de reducirla a objeto o aludirla preferentemente de manera impersonal. Estos recursos, por cierto, también destacan lo tenebroso de esa fuerza. La única ocasión en que los poderes ominosos se convierten en sujetos, se produce en el poema “Deudas”, son interpelados como los deudores del Yo, como los responsables de su estado actual de despojo.

El hablante valora positivamente el pasado de un Nosotros pleno y se duele del presente limitado. No obstante las condiciones adversas, en el presente aún se conservan los lazos comunitarios. Así, por ejemplo, en el poema 2 de “Cartas para Solina” el Yo aún puede autocontemplarse en los ojos de la amada, evidenciando la fragilidad, pero al mismo tiempo la fortaleza del vínculo, no obstante la amenaza que el poder disruptor de lo Otro introduce en él. El efecto depredador de aquello que acecha al grupo es expresado también desde la colectividad, en el sentimiento de la indefensión social (tal ocurre en “Andenes”, por ejemplo).

En la voz de quien habla no sólo convergen dialécticamente el individuo y la colectividad, sino que en ella también se unen en el presente doloroso el pasado feliz perdido y el futuro anhelado. Pese a la amargura y el miedo, el dolor que aparece en estos poemas da cabida a la ternura y a la esperanza, asumidas como necesarias para la supervivencia. La porfiada esperanza es el plano donde en la imagen verbal oblicua convergen pasado y futuro del sujeto social.

Estamos situados frente a poemas de intimidad, pero de la intimidad social. Son poemas profundamente enraizados en la historia y en la literatura, en ellos hay resonancias de Neruda, de Parra, de Teillier, de Cardenal y muchos otros poetas. La aparente claridad de los poemas es engañosa, no hay malabarismos lingüísticos, hay palabra cuidadosamente trabajada y pulida. Concluiremos diciendo de estos poemas lo que Cardenal dice de la poesía de su amigo Joaquín Pasos:

Recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la constitución, las cartas de amor y los decretos.

Dejo con ustedes a Francisco Ruiz Burdiles.

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