AMORES QUE MATAN (Cap.1)


mujer-fatal.jpg«Porque amores que matan nunca mueren»  (J. SAbina)

  I.- BIKINI BLANCO

Ahora se quitará la parte superior de su bikini blanco y me preguntará si me gustan sus pechos. Yo recitaré los versos del antipoeta:

-«¿Cómo no van a gustarme los senos»?

Sin haber leído a Parra , ella dirá:

-«Entonces tócalos, aprovecha la ocasión»

Pasarán varios segundos, el sol arderá en el mediodía y la arena caliente quemará los dedos de mis pies descalzos. Sus pechos serán duraznos frescos y olorosos desafiándome erguidos.  Y durante esos segundos, que bien pudieran ser minutos, pensaré en los juramentos hechos a mi prometida bajo el cielo del atardecer; pensaré después en el sabor de estos duraznos mientras con un golpe de cabeza echará hacia atrás su larga cabellera rubia, girará y caminará hacia las olas dejándome a la vista sus anchas caderas, sus fascinantes movimientos reverberando en la arena, culebra del desierto, justo cuando el sol  ardiente se me vuelve bruma mientras voy cayendo semi-inconsciente por el exceso de calor, o por las cocacolas tibias, o por los dos lucky sin filtro en ayunas o por la revelación culposa  que me acaba de indicar que  no habré de perder mi virginidad en las sábanas blancas del lecho nupcial , sino en esta desolada playa de Pingueral , con esta rubia a la que prácticamente desconozco y que ahora viene de regreso haciéndome festivas señas con el calzón de su bikini blanco en la mano izquierda.

II.- ELLA

Ella tenía mi edad, pero se veía mayor. Su larga cabellera oscura hacía relucir su blanca piel, su nariz, su fina boca. Yo era un adolescente tímido, con el rostro curtido de espinillas, en un vecindario donde todos sabían, a ciencia cierta, que estaba perdida y  silenciosamente  enamorado de ella. La primera vez que estuvimos a solas sus serenos ojos dulces llegaron hasta el fondo de mi escuálida miseria, invitándome a declarar tal devoción, pero las palabras no salieron de mi boca. Ella  me sonrió, compasiva, y yo  dije, calladamente,  «Oh, Dios mío, regálame otra oportunidad».

Y la oportunidad me fue concedida  quince largos años después.Ella tenía mi ficha clínica en su mano izquierda , mientras los tibios y delgados dedos de su mano derecha recorrían mi estómago y caderas. El delantal blanco hacía relucir aún más su cabellera oscura y marcaba sus exquisitas formas. Yo no sabía que era ella ; ella  sabía que era yo. Sus dedos palpaban ahora mi rostro, y cuando sus serenos ojos dulces regresaron de viajar por mi ruinosa desnudez, la descubrí . Quise hablarle, pero ella puso su dedo índice en mis labios, invitándome a guardar silencio. Entonces dije, calladamente,  «Oh, Dios mío, ¿por qué me hiciste tan vulgar?»

Tengo la certeza de que volveremos. a encontrarnos. Sus cabellos tendrán las naturales hebras blancas de una naciente vejez que la hará lucir aún más elegante. Su cuerpo seguirá siendo grácil y a su paso seguirá dejando aquella estela de barco nuevo recién botado al mar. Y yo diré, en voz alta,  «Oh, Dios mío, no es verdad que los seres  humanos nacemos todos iguales, es mentira toda esa huevada».


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